Envejecer bien · 29 abril 2020

Modelo de atención en residencias: Lo que la COVID-19 puede enseñarnos

Estos días estamos viendo cómo la pandemia causada por el coronavirus está afectando a los centros residenciales para personas mayores. Cada día asistimos a un desfile de noticias dantescas. Aumento del número de contagios y de, lamentablemente, fallecimientos entre sus usuarios. Falta de profesionales en los centros, tanto sanitarios como cuidadores de atención directa que se han ido contagiando y están en período de baja laboral. Escasez de productos adecuados de protección para que los profesionales desempeñen su labor con seguridad, de pruebas diagnósticas y de medicación especializada. Supuestos rechazos de los hospitales a atender a los usuarios derivados por estos centros. Podríamos continuar así toda la página. Parece que, de alguna forma, los centros residenciales se han convertido en un escenario de guerra en el que se libra uno de los combates más encarnizados de esta lucha contra el coronavirus.

Máscara quirúrgica sobre fondo azul minimalista

Ciertamente, la población usuaria de estos centros presenta un perfil clínico que la sitúa entre los grupos de mayor riesgo ante la acción de este virus. La mayor parte de estas personas presenta una alta pluripatología, con varias enfermedades crónicas activas, gran consumo de fármacos y altos niveles de dependencia física, precisando ayuda para la realización de la mayor parte de las actividades básicas de la vida diaria.

Todo lo anterior ha justificado las medidas restrictivas que se han implementado en los centros residenciales a nivel estatal. Para intentar frenar la entrada y expansión del virus en los centros, se han propuesto medidas de aislamiento, sectorización de los centros con espacios para personas no contagiadas, con sospecha y contagiadas, refuerzo del personal de atención directa y, especialmente, el sanitario, etc. No vamos a discutir estas medidas, ya que consideramos que han sido y son absolutamente necesarias para tratar de controlar los efectos de la pandemia. No obstante, es cierto que nos han servido como estímulo para hacer una reflexión sobre el modelo actual y futuro de cuidados en los centros residenciales gerontológicos.

En los cuidados a personas en situación de dependencia y/o fragilidad que, como hemos visto, pueden ser la mayoría de las personas usuarias de los centros residenciales, se debe equilibrar el control de las situaciones que pueden suponer un riesgo para ellas con el respeto a sus decisiones o preferencias de vida. En muchas ocasiones se puede percibir que, en el diseño y provisión de cuidados, lo que prima es la seguridad ante todo, aunque a veces eso implique que las personas que viven en los centros pierdan el control y capacidad decisoria en determinados aspectos de su vida. Así, hasta hace poco tiempo se justificaba el uso de sujeciones físicas para evitar caídas o determinadas prohibiciones, como la de salir a la calle o comer determinados alimentos, por el riesgo que implican (perderse o no seguir una dieta saludable, por seguir con los ejemplos). Estas medidas derivan de un modelo de cuidados paternalista en el que los profesionales deciden implementar estas medidas por el bien de la persona pero sin consultarle previamente.

Afortunadamente, gracias al esfuerzo de una serie de profesionales comprometidos con la calidad de los cuidados y con el bienestar de las personas a las que se dirigen, estas actitudes parece que se han ido superando dando paso a los denominados modelos de atención centrada en la persona (ACP).

Una abuela con una cuidadora, sonriéndose

A grandes rasgos, podemos decir que la ACP es un enfoque que pretende devolver el protagonismo a las personas, defendiendo sus derechos y especialmente su autodeterminación. Si lo traducimos para entender cuál es el papel de la ACP en los centros residenciales gerontológicos, podemos decir que, bajo este enfoque, las prácticas profesionales, normas y procedimientos se vuelven flexibles para atender a cada persona como un ser único, valorado en su singularidad y con derecho a tener un control efectivo sobre su propia vida.

Es importante señalar que la ACP surgió, precisamente, como una corriente crítica a los modelos de atención gerontológica más tradicionales. Se intentó desarrollar una serie de planteamientos que permitieran superar el paternalismo imperante en los modelos que dotaban a los profesiones y/o organizaciones del control y poder de decisión absoluto y exclusivo, donde la enfermedad y las limitaciones en las capacidades de las personas marcan la atención recibida y se tiende a la uniformidad y homogeneización de las necesidades de las personas y de los cuidados provistos o, incluso, priorizando las necesidades de las organizaciones frente a las de los usuarios.

La ACP considera que el cuidado de las personas debe abarcar todas sus dimensiones y esferas, es decir, se deben analizar las necesidades integrales de las personas y no únicamente las derivadas de su estado de salud física. Las personas tenemos, además de esas necesidades físicas, otras como las sociales, emocionales o espirituales. Es vital que la atención proporcionada en los centros responda a todas a ellas si lo que se pretende es mantener y optimizar la calidad de vida de las personas que allí viven.

Abuela mirando alguien escribir

No nos podemos olvidar de que los centros residenciales además de prestar cuidados sociosanitarios, en ocasiones y como estamos viendo estos días, altamente especializados, son dispositivos de convivencia en los que sus usuarios viven y deberían seguir desarrollando, en la medida de sus posibilidades, su proyecto de vida.

Gracias a la aparición de la ACP se ha modificado la visión que los profesionales de los centros tenían de las personas a las que cuidaban. Ya no se ven personas enfermas o se organiza la vida del centro y sus espacios en función de las patologías o niveles de afectación de las mismas. Ahora cada persona es única. La información necesaria sobre sus deseos y preferencias la aporta su historia de vida personal. Se analizan las necesidades integrales de la persona para determinar el grado de ayuda y apoyos precisos para que la persona continúe con su proyecto de vida, los profesionales se convierten en colaboradores de la persona y la empoderan para tomar las decisiones conjuntamente.

Son precisamente estos cambios en la mirada de los profesionales los que se ven amenazados por las medidas adoptadas para frenar (o intentar controlar) la propagación de la COVID-19. Una vez pase la emergencia, y no sean necesarias estas medidas excepcionales, deberemos recordar que el papel que desempeñan los centros residenciales no es curar enfermedades, sino cuidar a personas en situación de dependencia y colaborar con ellas para que sigan viviendo su vida. Deberemos reforzar el modelo de cuidados para garantizar que los centros residenciales sean el hogar de las personas que allí viven, el espacio en el que encontrar los apoyos necesarios para vivir tal y como ellas quieran hacerlo, el lugar donde mantener el sentido de una vida plena.

Escrito paraPapyhappy por Raúl Vaca Bermejo, psicogerontólogo.

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